16/2/11

ESPEJISMOS

  
Autor: © Jesús Alejandro Godoy

“¿Es realmente así?” me pregunta con sus ojos abiertos de par en par, sorpresivos e inquisitivos.
“¡Cuéntame!” me apresura; pero, le digo que no puedo, por que va contra de la realidad de lo que ella entiende...
Entonces, me mira y me dice algo más que decidida: “¡Eso lo tendrías que haber pensado antes de ponerte ese disfraz!”

La miro.

Estallo en carcajadas y le digo que es verdad. Que tiene razón, por que yo, he traspasado el límite de lo que se llama o se hace llamar la “realidad real”
Quedamos en silencio, la atisbo. Sonríe.
Mi amiga tiene cinco años recién cumplidos y es toda una pensadora.
Me pregunto de dónde habrá salido y por qué extraña razón está aquí. Pero es ella; lo sé... La examino, ella es un milagro, es hermosa y ya desearía parecérmele un poco; pero sé, es imposible; es perfecta, como todos los que la rodean; y, sin embargo, en sueños me ve, sabe que soy parte de su ser; pero soy por que ella me hace ser, me da vida, me elige, me atiende y hace latir mis esperanzas.
Miro el cielo, bajo él, sus ojos miel y su cabello crespo no hacen más que resaltar su belleza; ve todo como tendría que ser, y no como es.
Me ve y la veo. Juega con su cabello y con sus pómulos como si fueran para moldear, abre la boca y me muestra sus pequeños dientes. Me dice que saque la lengua, que cierre la boca haciendo una mueca y que abra bien los ojos; me ve, se ve en mí y sonríe.
—Cuéntame —me dice tomándome la mano.
—Bien... —empiezo a decir, pero ella poniéndose de pie y frente a mí me interrumpe—: debo decir... que es un excelente disfraz. Mira mi ambo y mis pantalones gris topo. Mira mis zapatos. —Bueno no tan excelente... pero... sí bueno —continúa—. Miro mis zapatos: son blancos con borlas de cuero colgando y suela dura, como esos zapatos que se usan para hacer baile de salón. Entiendo lo de “bueno”; pero no sé... a mí, me gustan los zapatos blancos.
Pienso que para acentuar mi vestimenta tendría que haber adornado mi mollera con un buen sombrero, pero seguramente eso habría llamado mucho la atención...
—Gracias —digo. Ella sonríe una vez más y a horcajadas empieza a examinar el césped. Yo, espero a que termine, pero me mira y me dice:
—¿Y?
No puedo más que estallar en carcajadas nuevamente.
Me pregunto como es que ella domina a voluntad las situaciones, siendo que yo, soy tan temeroso de lo que pueda suceder... Sí... debo decirlo, yo tengo miedo, mucho miedo, por que no sé lo que pueda suceder, temo a lo que veo, por que todo es muy extraño; tal vez por que veo extraños seres parecidos a mí, pero que en realidad llevan en su interior algo tan odiosamente diferente que los hace...

—¿Y...? ¿Vas a contarme...? ¿O no? —me pregunta con sus bracitos cruzados sobre su vestido azul con bolados rosas—. Me mira fijamente, no existe nada en su mirada que no sea comprensión y amor. Lo sé, lo siento; llega hasta mí, me conoce.
—Bien —digo una vez más y reacomodo mi corbata—, eeee... esss... creo... hummmm... ehhhh... ¡Sí!
Ella salta, ríe tanto que las lágrimas de sus ojos mojan su piel como diminutas cataratas. Entrelaza sus manos, se tapa los ojos y vuelve a reír.
Yo río también.
Cerca de ahí, un enorme abedul le da cobijo a un búho tempranero que parece mirarme atentamente; pero luego, veo que en realidad la mira a ella.
El sol está vestido de naranja y muy cerca de él se ve todo distorsionado por el vapor que enajena la visión y hace aparecer esos espejismos que sé, hacen confundir los lugares yermos con oasis. Creo que eso a veces sucede con las personas también, pero eso es otro tema.
Extrañamente, un gato gris se acerca y se sube en una de las hamacas vacías de la plaza de Ituzaingó y parece quedarse a escuchar la conversación. Nos mira, voltea su cabeza una y otra vez y se queda ahí; se acicala, maúlla; no lo sé, pero parece reír. Todo está tranquilo.
—Nosotros... empiezo diciendo y me aclaro la garganta—, yo... ehhh... sí... soy así...
—¿Así cómo? —me pregunta.
—Soy... un poco tímido —digo y reacomodo un poco mi cabello—.
—Ahhh —exclama. No parece creerme, se acerca, me mira con ternura y me hace señas para que me acerque. Me toma el rostro con sus manitos y me dice—: No temas. Cuéntame, sabes que puedes confiar en mí—.

Sé que puedo confiar en ella; lo sé.

Miro al gato, que se ha quedado mirando atentamente al sol, no sé por qué razón, pero el viento, la luminosidad, los colores, me hacen recordar a un cuadro de Matisse que vi hace mucho tiempo atrás colgado en una casa de Tarragona, España.
Se lo habían obsequiado a la viuda de un íntimo amigo de Picasso, el cual, lo tenía en su estudio, guardado como una joya.
La mujer, antes de irse, me había señalado el cuadro y había dicho que quería dormir en ese mundo de colores, en ese mundo donde todo era luz y totalidad de sentimientos. No recuerdo lo que le había dicho en ese momento; pero lo que sí recuerdo, era que ambos antes de partir tratamos de atrapar en nuestras mentes y en nuestros corazones el aroma del mediterráneo que se colaba por la ventana de la casa y luego...
—¿Y? ¿Me vas a contar? —ahora mi amiga está con sus brazos en forma de tetera; la delgada y pequeña suela de su zapato marrón golpetea impaciente contra una pequeña piedra que está muy cerca de una farola—. ¿No confías en mí?
Entonces miro las punteras de mis zapatos blancos y le digo:
—No existen pensamientos ni ansias que el alma de por sí ya no posea o no conozca, todos lo sabemos y todos poseemos esos secretos; sabemos del bien y sabemos del mal, pero cada uno elige su propio cielo y sus propias estrellas, cada uno sabe por donde irán sus días y donde terminarán, y todos lo sabemos —me miro un poco las manos, me digo que están bien y continúo—: conocemos algunos caminos y ciertas veces creemos que conocemos todos los caminos, pero no es así, por que los caminos se transforman, cambian, se rehacen, y hasta a veces dudan de sí mismos, pero ellos jamás mueren, por que los caminantes siempre están dispuestos y jamás cesarán su búsqueda hasta que todo esté preparado para que todos los secretos sean transitados algún día por todas las almas—.
—¿Y como llegaste aquí? —me pregunta.
—He venido desde algún sitio no muy importante, donde vive lo simple y tal vez al mismo sitio he de ir —miro al búho que parece haberse quedado dormitando sobre la rama y prosigo—: no soy más importante que alguna palabra que contenga un sueño, ni más pequeño que el más grande de los colosos de piedra que alguna vez se han erigido; tengo todo lo que siempre he soñado en mis manos y la distancia entre los sueños, y lo imposible en lo que creo que es, y lo que no es... Soy como tú, hago y deshago, camino, y decido, creo en Dios pero no le dejo a Él mis decisiones; no le exijo, sino que le agradezco el poder seguir creando opciones todos las mañanas de mi vida. Ojalá algún día pueda tener la misma visión que tienes tú del mundo, por que en ti habita la verdadera fuerza y razón de hacer las cosas; y en ellas... se guarda el secreto de la realización, de la verdad, de las distancias, los horizontes y lo que en realidad es...
—¡¿En serio?! —exclama, brinca y vuelve a reír.
—En serio —le respondo—, por que todo lo que ves, se hace verdad a través de lo que realmente vale y no a través del valor que uno pretende que tenga; y así, todo lo material es nada cuando un corazón no encuentra un amor; y todo amor es poco, cuando no existe un techo que cubra las cabezas; todo tiene un valor amiga mía, pero sin embargo cada cosa encuentra su valor cuando se la mide con las ansias secretas del alma y de lo que no se ve —ambos miramos al gato que sin darnos cuenta, se ha sentado cerca y nos mira con sus ojos amarillos y sus bigotes que parecen jabalinas de plata clavadas alrededor de su pequeña nariz. Nos escucha, nos huele, se queda ahí quieto, en silencio—. Todo viene a través de Él —prosigo—, no importa su nombre ni como lo ilustren, por que todo viene desde un solo sitio, todos estamos aquí por una razón amiga mía, y ciertamente, nosotros no somos importantes, sino, lo que viene a través de nuestro ser: los dones que se han guardado en nuestros corazones, las palabras que a veces parecen que nos regala algún nuevo puerto donde buscar nuestras aspiraciones y nuestros sentimientos más sublimes que dejamos en otras almas; es lo que habla de que solamente somos puentes entre la tierra y el cielo, por donde caminan muchos misterios que habitan en el silencio de nuestros sueños... Porque mi amiga... nosotros somos los que hacemos que los lugares sean paraísos y las casas hogares y no, lo contrario... —me mira en silencio, comprende, asiente, analiza y dirige sus pensamiento; yo prosigo—: E igualmente amiga, nosotros... lo que se ve de nosotros, ha de pasar como pasa el viento sobre la hierba, o como pasa el haz de la luna en la noche clara. Quedarán para algunos amados conocidos o extraños, atuendos que hemos vestido, algunos libros que hemos escrito, algunas canciones que hemos cantado, algunos cuadros que hemos pintado, algunas obras que hemos erigido o tal vez algún sentimiento que hemos tratado de transmitir a algunos corazones; sin embargo, solamente eso quedará para ellos... ¿Pero que sucede cuando en lo que dejamos, transmitimos nuestro ser invisible...? ¿Qué sucede amiga, cuando en lo que dejamos, regalamos una parte de ése don, de esa gracia que nos fue prestada por un tiempo?
—¿Tú dices como dejar una parte nuestra? —me pregunta preocupada—.
—¡Claro...! Porque amiga... lo que se hace con verdadero amor es lo que realmente se da; y lo que se hace por compasión, por cortesía o por obligación, es lo que se espera que hagas; por que todo aquello que se hace con amor, se hace con el fuego que quema al hacedor y su alegría de hacer es la bendición del tiempo que utiliza para dejar huellas en momentos solitarios; y aunque el cuerpo esté cansado, los párpados pesen, las manos tiemblen, las dudas inunden las opciones y los dolores de nuestro ser terrenal se presenten en ese preciso momento, no podrán hacer mella en nuestros dones... es nuestro poder... por que nuestros dones subsisten por sí mismos; nosotros solamente somos un instrumento para que el Maestro se exprese, para explicar, decir, escribir, comunicar y tal vez dejar alguna huella en alguien, de que sí existe algo más de lo que se ve... de que la magia es cierta... de que la magia... existe...
Ella me mira. Sus ojos me calan el alma y yo ya siento eso que digo. Veo en ella la pasión de hacer las cosas y el amor que cambia los caminos que existen. Me repito mentalmente que jamás había visto algo tan perfectamente bello... ella, es un milagro...
Me toma la mano y sonríe. Ahora es que reparo que le falta un diente. El sol se está yendo. Sé que la veré pronto por que ella me guía, me alimenta, y da vida a mis palabras.

—¿Ya te vas? —me pregunta algo triste—.

—Sí... ya me voy... pero solamente viajo al hoy... donde siempre estaré contigo, porque entre nosotros, tú y yo, no hay ayeres ni mañanas, solamente el hoy...—le digo y le guiño un ojo—.
Salta, grita de alegría. El gato sale disparado a correr el viento y el búho abre los ojos.
—¿Mañana vendrás también disfrazado así? —me mira y señala con su dedito todo mi atuendo—.
—Sí... creo que sí... —digo y enseguida miro mis zapatos con algo de culpa—.
—¡No! ¡No lo decía por los zapatos! —exclama y ríe—. ¡Decía así, disfrazado de hombre!
—Sí... creo que sí... casi siempre nos disfrazamos... me... disfrazo de hombre —explico.
—¡¿Ennn seriiioooo?! —me pregunta admirada. Se acerca un poco más a mí, y murmurando me pregunta—: ¿Y dime...? ¿De que más, se disfrazan los ángeles?

Reímos. Ella me guía, es un milagro, y yo, ya desearía parecérmele. Solamente me quedo en silencio, a su lado, por que sé, que la magia sí existe...

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